Pocas profesiones conectan con tanta claridad el corazón productivo del país como la de los camioneros. Este 26 de julio, en el Día del Camionero, no basta con rendir homenaje: se hace urgentemente necesaria una reflexión profunda sobre el momento que atraviesa una actividad esencial, pero cada vez más tensionada por riesgos que van mucho más allá de lo operativo.
Lo que antes era una tarea exigente, hoy se ha transformado en un acto de valentía. Los transportistas chilenos recorren miles de kilómetros enfrentando condiciones climáticas adversas, extensas jornadas y, sobre todo, una creciente amenaza a su seguridad. La violencia en las rutas —que debería ser una excepción— se ha vuelto parte del cálculo cotidiano.
Pese a todo, no se detienen. Su compromiso mantiene en marcha el tejido logístico del país, conectando industrias con mercados, zonas productivas con centros de consumo. Transportan más que carga: transportan certezas. En tiempos donde la imprevisibilidad parece instalarse como norma, ellos siguen apostando —muchas veces con recursos propios— por sostener una logística sin incertidumbre, donde la confianza y la puntualidad aún son posibles.
Pero detrás de cada trayecto hay historias que no se ven: familias que esperan, empresarios y empresarias que deben decidir entre operar o proteger, conductores que han debido modificar hábitos, rutas y horarios. La dimensión humana de esta crisis no puede seguir siendo ignorada.
En este Día del Camionero, el reconocimiento debe ir acompañado de un compromiso institucional y político: restablecer las condiciones mínimas que permitan que el transporte se ejerza con seguridad, previsibilidad y pleno respeto por quienes lo hacen posible. Solo entonces estaremos honrando, de verdad, a quienes mantienen a Chile conectado y en movimiento.